jueves, 21 de octubre de 2010

La voluntad política vaciada.

Es común hoy la práctica ventilada en los medios de comunicación, reflejo en parte de los discursos políticos instaurados por debajo, para la cual el ejercicio de los derechos no son políticos, ni pueden serlo. Sin vista alguna, la sociedad y sus sectores sociales dominantes soslayan todo tipo de perspectiva que pretenda reflejar una realidad, sumar un hecho evidente y hoy, más que nunca, constante: el quiebre de los sistemas político-liberales.




“Tolerancia”, “no confrontación”, “diálogo”, “democratización”, “multiculturalismo”, “conciliación”, son algunos de los términos corrientes que se vierten en el escenario social. Mouffe lúcidamente advierte que cada vez que algún “teórico radical” intenta poner en cuestión aquellas ideas (que de hecho, provienen de una misma ideología) es tildado inmediatamente de antidemocrático, totalitario y, por supuesto, intolerante. Precisamente, lo que se quiere suscitar en éstas líneas es el ánimo de la intolerancia para dar en el centro con las posiciones liberales, que vienen ya no a consagrar falsamente la efectividad de la singularidad política, sino más bien a mantener, a través del despliegue de sus propios mecanismos, las relaciones de subordinación ideológicas, esto es, la del liberalismo de la “posibilidad” por sobre toda otra posición.




Zizek, con necesaria remisión que hacemos a sus reflexiones, nos trae una idea que es útil a nuestro objetivo. Nos dice que hay que desprenderse de la concepción posmoderna que indica que la satisfacción de las necesidades comunes de toda persona se ven plenamente realizadas en el sistema liberal-capitalista. A esto debemos agregar la idea de Marx, repensada a la edad actual, en cuanto que dicho sistema no se contenta con la simple multiplicación o aumento desmedido de las ganancias, sino que también procura aumentar toda necesidad del hombre, con aquellos fines. En este sentido, la persona humana tendrá un valor social en la medida en que logra alcanzar un grado de adquisición determinada llevándole a formar parte de un status social aceptable.




Por su parte, el filósofo francés Alain Badiou, críticamente nos habla del hombre moderno como aquél que no se preocupa por su nivel social y relega toda esa actividad a los innumerables dispositivos del Imperio, que, no se confunda, funcionan como herramientas de contención al servicio del mismo capitalismo: la posibilidad de expresarse realmente, tal cual se quiere ser, se ve imposibilitada, negada. En el mayor de los casos, la sutilidad de las elaboraciones de los “tolerantes” se traduce en elementos que se dicen no-políticos (léase leyes, jurisprudencia, opinión pública, racionalidad).




La política implica, por naturaleza, confrontación. Los señores de la templanza y del bostezo, en todo momento esquivan los golpes de manera cobarde. Uno de los más grandes medios de comunicación de la Argentina se pregunta diariamente por la falta de justicia en el país. Aquí podríamos tener presente que la Justicia, tal como la conceptualiza Badiou, es equívoca. Dice el filósofo que más bien se conoce a la injusticia, cuya determinación surge de la existencia de víctimas. Entonces, al haber víctimas podemos decir qué y por qué hay injusticia y, en consecuencia, por negatividad, definir a la Justicia. Pero queda una salvedad más que hacer: el punto crucial es saber quiénes son las víctimas, porque no es lo mismo hablar de víctimas de Israel que de víctimas de Bolivia.




Todo esto viene a converger en la debilitación del voluntario político. El sujeto político pierde entidad y valor, su actividad exterior, cualquiera sea ella, se ve menoscabada por una especie de colador sistemático. Cuando vemos cada día que el liberalismo trabaja para proclamar derechos y garantías “para todos y todas”, cuando crea organismos en defensa de las minorías y, entre otros tantos, dice proteger a toda persona con sus instituciones, vemos paralelamente que todos ellos permiten que la situación de emergencia de nuestros protagonistas se perpetúe. ¿Es que cuándo se establece o reconoce un derecho no se oculta su indisponibilidad latente?, ¿no reside en la farsa del liberalismo la demagógica mención de que cuanto más derechos más protección tenemos de la persona? Es que la ideología (en sentido marxiano), implanta un postulado cuyo cumplimiento es enteramente falso, es decir, real pero cuya posibilidad de realización es abstracta.




Frente a todo esto, no nos queda más que adoptar formas que no son las que nos ofrecen las líneas del liberalismo, y emplear elementos que podrían definirse por aquellos como subversivos y terribles. Una vez más, el voluntario político debe empezar a ser conciente de que su actuación en el escenario social no puede reducirse al mismo juego de la armazón capitalista. Hoy, más que nunca, debe atreverse a golpear fuerte, a pisar gusanos, a levantarse del sueño ideológico moderno uniforme, y alzar su voz en alto para que efectivamente los tolerantes se aturdan, y podamos así, volver a hablar entre distintos.



B C

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