domingo, 19 de septiembre de 2010

Lo normal, lo naturalizado –no “natural”-, aquello que nos resulta conocido y, por ello, aceptable. Lo instituido, lo que está bien, y punto. Salirse de eso puede ser visto como una transgresión, una desviación, una anormalidad, un acto de rebelión. Es la locura de abandonar las columnas de la moral, el maquillaje de las buenas costumbres, y aventurarse por senderos no transitados. Y lo malo de todo es hacerlo frente a otros, ser un mal ejemplo o un peligro. La cuestión de fondo es, quizá la tan trillada dualidad bien o mal, quizá la individualidad en las diferentes percepciones. Pero, sin duda, está relacionado con el rechazo a los cambios, la conocida frase “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Nos quedamos con lo hecho, que así estamos cómodos. Respetamos lo establecido es el molde por el cual todos tenemos que regirnos, un molde que debemos seguir para transformarnos en ciudadanos, en hombres y mujeres de bien.



Nos olvidamos o no somos concientes de que todo el mundo social, molde de sujeto ideal incluido, es una construcción humana; el hombre es producto y productor de lo que lo rodea. Cuando Adán puso nombre a las cosas solamente estaba delimitando los conceptos: la flor hubiera existido de todas maneras; su palabra marcó la distinción entre la rosa y el jazmín, pero no la creó en realidad, la creó para los ojos humanos. Vemos el mundo desde los cristales del lenguaje, sobre las palabras que desde la cuna nos fueron enseñadas se recuesta la realidad, sus rincones más complejos se van definiendo mejor a medida que descubrimos nuevas palabras, sea en el ámbito académico o en las lecturas y experiencias (¡lecturas-experiencias!) individuales. Incorporamos las palabras justicia, ética, castigo, amor, sexualidad, erotismo, moralidad…


¿Qué pasa cuando faltan las palabras? Mejor dicho, ¿qué pasa cuando no podemos explicar lo que estamos viviendo, lo que vemos que sucede a nuestro alrededor y que transgrede, ¡revienta!, lo que tan bien nos enseñaron en la escuela y en el hogar? Es, aparentemente, la necesidad de crear nuevas palabras, de replantearse la utilidad y la funcionalidad de lo que ya está establecido. Es más que reinventar el léxico para abarcar los nuevos fenómenos; o reconocer aunque sea la necesidad de nuevo vocabulario para nuevos fenómenos. Las palabras recortan la realidad, eligen qué porción de ella expresar. Este recorte nos es transmitido, compartimos las palabras, compartimos la manera de ver el mundo. Así al hablar de amor surge la imagen del noviazgo rosado o de la madre dando el pecho a su hijo, si hablamos de justicia o nos imaginamos a todos ‘obteniendo lo que merecen’ o a una figura salomónica que a través de sutiles ardides pueda despejar el terreno donde se debería encontrar la verdad. Y nos hablan de Familia y vemos esa imagen, ilustrando las páginas de Anteojito, del papá con una niña en brazos y la mamá de la mano del nene, sonriendo felices ante los granaderos o compartiendo una comida, o recortando juntos el material que traía para tal fin la noble revista de mi infancia. Más, o menos, Familia es ese concepto que se refiere a la organización humana conformada por un padre y una madre, institucionalizada con el fin de procrear y criar a los pequeños en valores y costumbres.



Con el tema del “Matrimonio para personas del mismo sexo”, “Matrimonio Homosexual”, “Unión Civil para personas del mismo sexo”, “Matrimonio Gay”, se utilizaron como herramientas en los centros de debate conceptos tales como “familia”, “naturaleza”, “desviación” –y otras-, “ crisis institucional”, “adopción”. Estoy segura de que se fantaseó también con utilizar, si es que no se utilizaron, los términos “inmoralidad” y “degeneración”. Se giró en torno a ellos como si recién se estuviesen inventando y fuese necesario defenderlos, protegerlos de los malos y desconocidos vientos, como si por primera vez estuviesen amenazados los pilares de la bien educada y noble sociedad humana. Como si la constitución de una familia con un nuevo modelo atentase contra la salud mental de todos los habitantes; dos hombres casados o dos mujeres casadas serían colaboradores activos de la degeneración moral de la inocente sociedad.



Es curioso cómo todos los canales hablaron de ello; ¿de repente tan preocupados por el bienestar de las generaciones del futuro? ¿De repente queriendo revalorizar la institución familiar, cuidar a los niños de esos ‘malos ejemplos, esos desviados’? De la idea de Familia quiere hablar una sociedad que hace décadas vive una transición institucional de este concepto, ya que esa imagen de la “familia modelo”, padre, madre, hijos felices, y una red de relaciones entre tíos, abuelos, primos, cuñados, y demás, es una postal, una ilustración más de revistas infantiles. ¿Qué tan ciego hay que ser para no querer admitirlo? La unión de personas del mismo sexo me parece lo menos grave de todas las ‘aberraciones’ que hoy nos rodean y atraviesan.



Hablar de Familia, de Maternidad y Paternidad, y “de la necesidad de los niños de crecer en un ámbito sano, donde posean esa figura materna inmaculada y esa figura respetable paterna”. ¿Dónde están esos preocupados defensores de la sana educación de los niños cuando se trata de niños pobres que crecen entre violencia y sufrimiento? Muchas veces, por supuesto, con madre y padre (¡como tiene que ser!) pero padeciendo las peores situaciones en la edad en la que son más vulnerables. Miramos a otro lado entonces, o cuando las madres de chicas secuestradas por redes de prostitución salen a pedir ayuda, o a suplicar un aborto para sus hijas que sufrieron una violación. Reconozcamos la hipocresía: no hay prostitución si no hay clientes, ¿y cuántos “hombres de bien”, padres de familia, acuden a esos lupanares para saciar algún deseo, abusando de criaturas que bien podrían ser sus hijas? Ni hablar de los padres que abusan sistemáticamente de sus propios hijos y que se valen de su fuerza física o de su control económico para subordinar a la madre, a veces respaldados por la fuerza policial que los “perdona”. Quizá a esos problemas les falta rating o ya fueron abordados y eventualmente abandonados por los medios de comunicación; ya no venden, ya no conmueven.



Enfocándonos no ya en los estratos más excluidos y desfavorecidos, hay muchos otros conflictos de diversas características dentro de la idea de familia. La cuestión de divorcios en malos términos, cosa muy habitual entre “gente-como-uno”, lleva a esa estúpida puja casi infantil de definir qué es mío y qué es tuyo, que te mereces y qué no, los niños se quedan conmigo o contigo de tal a tal fecha y en determinadas condiciones. Puedo mencionar también la poca atención que estos padres brindan a sus hijos, y pregunto a los analistas institucionales de la familia, ¿no es acaso una función de la familia, quizá la función principal, educar a los niños, contener a los jóvenes, ayudarlos a insertarse en el enquilombado macrosistema social? Pagar niñeras o enchufarlos al televisor, exigir a los establecimientos escolares que los mantengan a raya pero que no los hagan desaprobar, construir esa actitud tan ridícula de “haz lo que digo pero no lo que hago” (subestiman a los chicos: se dan cuenta de todo, y más de las contradicciones), son todas maneras de deslindarse de su responsabilidad como “Señores Padres”.


Otro tipo de familia: aquellos que casi imprevistamente se vieron obligados a asumir su papel como padres. En estas situaciones la más desfavorecida es la madre, ya que es quien carga con el retoño durante, mínimo, 9 meses. Lo que suceda ahí con el niño en el caso de que esta mujer no quiera o no pueda hacerse cargo, puede ser el abandono, o el dificultoso trámite de adopción o la sucesiva reclusión en un centro orfanato. A veces se conforma la familia modelo, apresuradamente, de adolescentes que pasan a desempeñar el rol de padres. Los resultados varían; pero el hecho de que existan estas situaciones habla mal de la educación sexual que hay en contraste con la excesiva publicidad y “normalización” de las relaciones sexuales en adolescentes (basta con mirar cualquier capítulo de cualquier novela). No pretendo opinar acerca de si eso está bien o mal, es correcto o no, es adecuado o no, etcétera; si la televisión muestra sexo, la escuela y la familia deberían educar acerca de las relaciones sexuales seguras.






¿Por qué la breve exposición de la gama de tipos de familia? Para mostrar que concebir la estructura de una familia donde las figuras “paternas” sean dos sujetos del mismo sexo no necesariamente es la degeneración más atroz del concepto de familia. De hecho, lo que abiertamente quiero decir es que se cometen tantas atrocidades en tantos planos, que cuando vi el barullo que se hizo alrededor del “matrimonio gay” me sentí indignada con esas personas que se declaraban furiosamente en contra. ¿Por qué no canalizar esa furia hacia otros fenómenos? ¿Por qué no salir a las calles marchando en contra de los burdeles clandestinos, en contra de los negociados sucios que administran los grupos de poder, en contra de la contaminación en el más amplio sentido de tierras nacionales, en contra del empobrecimiento de la educación pública y en contra del chupete cultural que brinda la televisión? En contra de que un niño crezca en un ambiente hostil, donde la violencia y la droga son consecuencia de la pobreza y la miseria –nótese que no son lo mismo-, y por supuesto que siendo adolescente tendrá tal “mambo en la cabeza”, tal rencor hacia la sociedad que lo ignoró y abandonó, que saldrá con un revolver o una navaja dispuesto a matar a quien sea por lo que sea. ¡No se culpe a nadie: nos lavamos las manos de ese tema, que ya parece pasado de moda, de esa responsabilidad que no nos toca, y marchamos en contra del orgullo gay, a favor de los valores de la buena familia! Una buena familia que estudie y trabaje porque puede hacerlo, familia que brinde a la sociedad hombres dignos y mujeres educadas.






Por un lado, admitamos que hay muchas problemáticas relacionadas con la institución familiar, sobre todo, con el compromiso que asumen respecto a ésta los sujetos adultos. Por eso mi indignación frente a la indignación ajena por la lucha de las personas homosexuales para formalizar su situación. No me molesta que la gente se quiera, se ame, sienta eso o crea sentirlo (y del amor que se hable en otro lado), y se quiera casar; me molesta y mucho, me aterra y entristece que la gente no se quiera, que la gente se odie y quiera matarse. Matrimonio, unión civil, el problema de la etiqueta, de este fenómeno el problema conceptual, no lo entiendo y no me molesta, admito mi ignorancia y mi indiferencia en ese tema de la terminología que se adoptó. Leí algo escrito por una diputada acerca de la desvalorización de los conceptos como Madre. (*DRA. MARILINA HOTTON - ASESORA DE LA H. CAMARA DE SENADORES DE LA NACIÓN)


Por otro lado, poder admitirnos como aberrantes, admitir lo desnaturalizados y desviados que estamos. Y no por la homosexualidad, sino por la falta de valores en todo nivel, la falta de lo se denomina por ahí “humanidad”. Leí una vez, una frase antigua en un libro viejo, que decía que humanidad es aquella cualidad que nos hace superiores a las ‘bestias’. Ahora, pensemos qué hace cualquier animal hembra cuando encuentra cachorros huérfanos; se habla siempre de los casos de perras amamantando gatitos, o las adopciones de ciertas especies a especies totalmente diferentes y hasta en otros caso, presa, etc. Más allá de que estos sean casos particulares o no, nos maravillamos con esas imágenes, es algo conmovedor ¿Qué hacemos nosotros con los niños que viven en la calle? Es algo que, ¡y reaparece la palabra!, está naturalizado, es normal: es pobre porque sí, porque quiere o porque eso le tocó. Y que se joda.


Y es después de esta concatenación de hechos que encuentro la limitación de las palabras. ¿Cómo definir esos fenómenos tan violentos y dañinos? ¿Cómo etiquetar a esos individuos exponentes del doble discurso, que predican una cosa y en realidad…? Y de hecho, todos cargamos una cuota de hipocresía, una pequeña contrariedad, a todos nos quedan chicas los conceptos establecidos para definir algún aspecto de nuestra vida, de nuestra manera de percibir la realidad.
m e

No hay comentarios: