viernes, 27 de agosto de 2010

¿ Por qué la razón del pueblo?

Debemos partir de ciertas conceptualizaciones a los efectos de no llevar a confusión nuestros objetivos. El empleo de ciertos términos, no obstante, podrían inducir a una interpretación que no es la que se ajusta a la construcción de nuestra perspectiva. Tampoco se trata de una académica lista de palabras utilizadas, lo que haría en futuro una eliminación de posibilidades. No corresponde tampoco, respecto de esto último, la indeterminación ideológica. Simplemente, lo que dirige nuestra marcha es procurar la conformación de una teoría de auténtica base socialista.


En primer lugar, como esquema metodológico, quiero expresar los motivos que nos han llevado a adoptar el nombre de este espacio, con la salvedad de que este escrito es opinión de uno de sus organizadores. Por supuesto que es de esperar réplicas de algunos “seres especialmente sensibles” que puedan verse eventualmente aludidos por lo que digamos; no nos disculpamos. A su vez, es posible también nuestra  dúplica, que oportunamente se enfrentará con aquellas argumentaciones a contrario.


Por qué Razón del Pueblo. Empezaré por la primera palabra: la Razón. No es racionalismo. No parto de Descartes, principalmente, ni de sus seguidores teóricos. No es la abstracción de la realidad, entendida ésta como sobreviniente al pensamiento. No es la separación de lo objetivamente existente (el afuera) y lo subjetivamente existente (el adentro del hombre). No es la postulación de la conocida máxima metódica, “pienso luego existo”. En sentido contrario, Razón es la entidad del proceso de racionalización, lo que no puede traducirse meramente en un discurrir. Por eso, la razón pasa a constituirse directamente en una fuerza del pensamiento, en un modo de lucha. Es, por el destino que le doy, una actividad. Ahora bien, qué entiendo por fuerza: aquella rigurosidad que socava toda forma y moldea su contenido. Esto porque necesariamente siempre viene a imponerse ante otra; en fin, es un sentido, es un poder de creación.


Frente a lo referido vislumbra otro concepto muy cercano a la Razón: la racionalidad. Aunque no apele a ningún orden natural, principios muy ambiguos para un cabal estudio de la realidad, digo que se ubica en un lugar mucho más estimable que la racionalización. A primera vista parecería que los tres términos de los que hablo confluyen a lo mismo, pero no es así. La racionalidad es una cualidad, o a lo menos, un fin a alcanzar. Variadas veces es empleada por juristas y filósofos “del equilibrio” con un pretendido objetivo rector, de rectitud. Es en ese momento cuando aquéllos la vuelven asquerosa. Seamos sinceros, la racionalidad es circunstancial, aun más, es oportuna al caso al cual se habrá de aplicar y según quién la habrá de aplicar.


Lo antedicho viene a complementarse con el materialismo histórico. Las relaciones que hay entre los hombres no responden a una “elevación” de teorías formuladas por ellos mismos, independientemente. Muy en su contra, el hombre, sus relaciones de producción y sus ideas confluyen en la armazón de su racionalidad. Por ello es que cuando hablamos de “Razón” no podemos entenderla como un elemento cultural intangible. Lo que se busca, a fin de cuentas, es la comprensión de la estructura social, esto es, la comprensión de una consecuencia de un modo de existencia: la superestructura.


La Razón, término empleado tajantemente por Robespierre en épocas en las que ella venía a cortar un opresor sistema político y social. Claro que sus resultados fueron la consagración del individualismo burgués, pieza que sin embargo fue muy estimable en la historia: vino a consagrar la utilidad del cambio, la necesidad y su posibilidad de revolucionar una estructura social nefasta e insoportable. “Razón” significó, en lo que me sirve aquí, el desprendimiento de un orden dado, es decir, un quiebre producto de las crisis sociales que arrastraban siglos en sus hombros. En fin, una Idea actuante que nacía en aquellos tiempos para enfrentar a la aristocracia reinante.


Hoy, la Razón puede indicarnos una necesidad semejante a la de los franceses del Siglo XVIII: el derrocamiento del malestar de los oprimidos. Su empleo está reservado a las “capas de barro”, al sector olvidado, a los “no-políticos” de la sociedad, en una palabra, a los proletarios. Estoy enterado de que la sociología actual duda en aquellas divisiones típicamente marxistas de la sociedad del Siglo XIX, considerando que, después de Weber, principalmente, la división de clases postulada por Marx se haya desvanecido. No obstante, dadas las condiciones económico-políticas modernas, en la que se aparenta la plena satisfacción de las necesidades básicas, que en su mayoría son las creadas por el Capital globalizador en vistas a sus propios intereses, es imprescindible tomar referentes: claramente cuando digo proletariado, y aunque a algunos pueda retumbarles el oído, menciono al sector más débil y oprimido de la sociedad: los sin recursos.


Finalmente, como resumen de lo que entiendo por Razón, digo que ella forma parte de una concepción que, tal como lo expusimos en el escrito inicial de esta página, responde a dar validez a la manifestación intelectual y práctica de los sectores populares. No es posible reducirla al ansia metafísica del perfeccionamiento del Hombre, pero sí a dar con el establecimiento de una nueva y mejor forma de vida, una transformación social del hombre y por el hombre.




Pasemos al segundo término: el Pueblo. Éste está intrínsecamente implicado, según lo postulo, a la idea de comunidad, más bien, a lo común. Ya no será como habitualmente se pretende, un sinónimo de sociedad. Comunidad implica una ligación íntima, una unión cuyo punto básico es la convicción de estar y actuar en ella. Esto se explica cuando sostenemos que el pueblo expresa una participación concreta en los distintos ámbitos que se puedan producir en su seno, tales como la deliberación sobre alguna medida administrativa en particular. Al respecto, en un interesante análisis de la palabra “comunismo”, Jean Luc Nancy, valiéndose de herramientas del existencialismo, dice que el con no significa ningún lazo externo; incluso agrega que no puede connotar lazo alguno. Pero seguidamente aclara que en realidad es reunión, relación, compartir, intercambio y sentimiento.


Por otra parte, el Pueblo no es rebaño. Mucho ha costado esa concepción al hombre, y muchos fueron lo que se valieron de elementos por demás deplorables para someterlo. Entonces, cuando utilizamos tal término, no podemos dejar de tener presente junto con él, la idea de reciprocidad. En esta línea de pensamiento, digo que el Pueblo al igual que la Razón, también es fuerza, es, en términos spinozianos, una potencia. Y yo agrego, una potencia masiva y aplanadora de la opresión: es libertaria, debe serlo.


Cuando Mao arengaba a sus filas no lo hacía desde ningún lugar superior ni mucho menos con despotismo, como algunas propagandas lo pintan. Él mismo, en sus discursos al pueblo chino, decía que todos los actos de los gobernantes, todas las decisiones que se tomen, deben ser sometidas a consideración de las masas, al prejuzgamiento. Es absurdo dirán, que cada decisión sea puesta a prueba por “los comunes” (del común), toda vez que cuando se trata de medidas administrativas por ejemplo, por su naturaleza, requiera celeridad. Pero precisamente esa agilidad tan buscada es la que por su rapidez, apareja una serie de perjuicios que, en los casos, recae directa o indirectamente contra los que menos defensas tienen. Claramente, no podemos adjudicarle más que al gran Mao Tsetung, una frase que vale la pena tenerla presente hoy: “Servir al pueblo”.


Para terminar, quisiera aclarar qué significaba aquello que había dicho del carácter “no-político” del sector proletariado, que, en esta parte, viene a colación con el Pueblo. Sencillamente consiste en aquella posición social en la cual se encuentra dicho sector. Posición que significa imposibilidad de ejercer efectivamente sus derechos, lo que se encuentra lamentablemente reforzado no sólo por una deficiente estructura jurídico formal sino también por el sistema jurídico real imperante.


Ya no quedan concesiones que hacer, ¡ya no se puede ceder! La razón del pueblo empieza a golpear esas columnas construidas con huesos humanos, esa triste armazón del “orden y la seguridad”. No es más posible soportar las simples y vacuas lamentaciones de los cadavéricos amantes del sistema. La Razón del Pueblo condena el desinterés y la neutralidad, la mentira y el descaro. ¡El socialismo es posible, digo una vez más, él vendrá a saldar las cuentas de los infames!
B C

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